martes, 1 de noviembre de 2011

Fuera miedos

Los miedos son emociones que se experimentan, y que a lo largo de la vida van cambiando.
La mayoría de los miedos son pasajeros, de poca intensidad y propios de una edad determinada.
 En pequeña escala, estas sensaciones que se viven como desagradables por parte del niño o adolescente pueden cumplir una función de supervivencia en el sentido de apartarle de situaciones de peligro potencial.
 
    Sin embargo, cuando este miedo es desadaptativo (no obedece a ninguna causa real de peligro potencial o se sobrevaloran las posibles consecuencias) el resultado es un enorme sufrimiento por parte del niño que lo padece y sus padres. El miedo, puede entonces condicionar su funcionamiento y alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones cotidianas (ir a dormir, ir a la escuela, estar sólo, etc.).
 
Algunos padres creen que sus hijos pueden sufrir un problema psicológico cuando estos les cuentan sus preocupaciones. Sin embargo, es propio del desarrollo del
pequeño pasar por etapas en las que estos temores -muchos de los cuales tienen el
componente fantasioso típico de la infancia- adquieren protagonismo. Su desarrollo
cognitivo les impide enfrentarse de forma racional a sus temores. Pero, a medida que
crecen, mejora su capacidad cognitiva y los miedos remiten.

¿Cuándo empiezan y cuáles son?
 
Los psicólogos estadounidenses Thomas R. Kratochwill y Richard J. Morris
establecen una tabla de los miedos infantiles considerados normales:
0-6 meses: pérdida súbita de la base de sustentación (del soporte) y ruidos fuertes.
7-12 meses: a las personas extrañas y a objetos que ve de manera inesperada.
1 año: separación de los padres, a los retretes, heridas, extraños.
2 años: ruidos fuertes (sirenas, aspiradores, alarmas, camiones...), animales, oscuridad, separación de los padres, objetos o máquinas grandes y cambios en el entorno personal.
3 años: máscaras, oscuridad, animales, separación de los padres.
4 años: separación de los padres, animales, oscuridad y ruidos.
5 años: animales, separación de los padres, oscuridad, gente "mala", lesiones corporales.
6 años: seres sobrenaturales, lesiones corporales, truenos y relámpagos, oscuridad, dormir o estar solos, separación de los padres.
Es fundamental tomar en serio a los niños. En su mundo infantil, el miedo a la oscuridad puede ser muy desasosegante. Es necesario que el niño sepa que tiene derecho a sentir temor. No ayudan comentarios como "venga, no llores, que no pasa nada", ni intentar convencerle de forma racional. Se puede decir al niño que aunque la luz está apagada no va a pasar nada, pero es aconsejable, mientras se da la explicación, consolarle de alguna forma, con abrazos, besos, caricias, etc.

No es recomendable forzar al niño a que se enfrente al miedo de forma directa con la esperanza de que lo supere de manera inmediata. Si un niño teme la oscuridad, obligarle a dormir con la luz apagada aumentará su ansiedad, casi con toda probabilidad. Es preferible hacerlo de forma progresiva: primero dejar una noche todas las luces encendidas para, en noches sucesivas, reducir la iluminación si el niño está cada vez más tranquilo. Los cuidadores, además, deben reaccionar con la máxima tranquilidad posible.

No hablar de los miedos del niño con otras personas cuando él esté presente, ya que esto le ridiculizará.
• No mimar al niño en situaciones en las que sepamos que tiene miedo.
• No comparar al niño con hermanos o compañeros que no tengan miedo a la situación que sí teme el niño, esto es muy perjudicial para él y sólo ayuda a infravalorar al niño y sentirse tan inseguro que sus miedos aumentarán.
• Si los adultos quitan importancia a la situación, en muchas ocasiones ese miedo desaparecerá.
No obliguemos al niño a enfrentarse a su miedo, ya que puede ser peor para él.
• La familia no debe hablar en casa de ese miedo sentido por el niño.
• El mejor modo de superar el problema es hacerlo gradualmente, consiguiendo pequeños acercamientos a la situación y reforzando los logros del niño. Es bueno también acompañarlo en situaciones ofreciendo un modelo directo, no verbal, es decir, ir con él, pero no repetirlo continuamente eso de “¿ves? no pasa nada “
• Vivir la situación del niño con tranquilidad, sin mostrar (al menos delante de él) preocupación o angustia. Recordemos que los comportamientos que el niño observa de los padres son los patrones que interioriza. Padres excesivamente preocupados pueden ser un mal modelo y aumentar la tensión.
• No forcemos al niño a efectuar aquellas conductas que teme. Hay que trazar un plan de forma que podemos crear aproximaciones sucesivas.
    Por ejemplo, un niño que teme a la oscuridad, no podemos pretender que lo supere inmediatamente por mucho que se lo razonemos. Hay que crear una gradación de situaciones para que el niño vaya progresando.
Tras la permanencia un determinado tiempo en una de estas
habitaciones podemos reforzarle con algún premio o efectuar alguna acción de su agrado. El próximo día probaremos en otra un poco más oscura. Hay que avanzar paulatinamente. 

• Una forma muy eficaz de actuar es mediante el modelado. Uno de los padres puede efectuar la conducta temida para enseñar al niño que no sucede nada. No obstante, el modelado es más eficaz cuando el modelo es de la misma edad del niño. En especial, terapias efectuadas en grupo de iguales para exponerse a los estímulos temidos(oscuridad, animales,etc.) han resultado muy eficaces en niños.

Evitar siempre ridiculizar al niño por sus miedos, en especial, delante de sus compañeros. No reírse de él, no castigar ni sermonear. La atención debe estar dirigida a las posibles soluciones no a las consecuencias punitivas.
Evitar el visionado de películas, juegos o actividades que comporten violencia, miedo o terror. Procurar que las personas de su entorno no lancen mensajes amenazadores (si no comes llamaré a….; si no te portas bien se lo diré a…..). No se trata de aislar o sobreproteger al niño.


Hasta cierto punto el niño debe ir integrando las diferentes emociones y el miedo forma parte natural de nuestra vida desde el inicio. No obstante, siempre será de gran ayuda que estas emociones estén reguladas por el consejo y el acompañamiento de los padres.

 Estas instrucciones son generales y deben ajustarse a la edad del niño y sus características.
 Cuando los miedos son más severos, persistentes y alteran
significativamente el funcionamiento del niño en su entorno familiar, escolar o social, podemos encontrarnos con trastornos que ya no formarían parte del ciclo evolutivo “normal” sino que deberían ser objeto de tratamiento especializado. 


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